jueves, mayo 28, 2009

Crónica Pichilemina...

Las resacas con vista al mar son distintas de las con vista a edificios, esa es mi primera conclusión de este paseo. Un viaje que no resultó de la manera pensada, pero que en sus imprevistos dejó surgir aristas que lo hizo tanto o más especial de lo pensado.

La ruta interior a Pichilemu, por la autopista del sol es económica y más atractiva, el paso por la hidroeléctrica y la internación a los cerros hacen muy lindo un traslado que podría resultar aburrido, recomendable es llevar unos buenos discos y un snack para el camino, con Angie comimos almendras saladas, jugo de manzana y escuchamos Arjona y Leonard Cohen, milagros de parejas disímiles.

El mar está tranquilo y mi hermana parece totalmente adaptada al entorno, lleva cerca de dos meses trabajando en una escuelita rural para niños discapacitados, la pasamos a buscar en la esquina del Banco Estado, su ritmo hasta para conversar es más lento, increíble como te desestructura y reestructura la vida en provincia, lo bien que hace cambiar el transantiago por un colectivo amigo o el supermercado por un almacén a una cuadra de la playa. Por la noche tomamos vino en la terraza y guitarreamos repertorio de Drexler y otros ritmos playeros, conversamos de familia y amigos, de proyectos y fracasos, del futuro y lo mal que a veces nos hace, no entendíamos bien como todos se desarman y desviven por algo que ni siquiera existe. Nos propusimos entonces no volver a hablar sobre el futuro y concentrarnos en historias del pasado y en el goce del presente.
Por la mañana fuimos por verduras y mariscos a la caleta, nos comimos unas empanadas de antología y preparamos un cocimiento especial para paliar lo nublado del día. Por la tarde llegaron mis padres desde Constitucion con Jaivas, quesos frescos, tortillas de rescoldo y un ají rojo en salsa de temer.

Vuelta a la noche examinamos los juegos de mi hermana Valentina con vinos y aceitunas, descubrimos con Angie que nos encanta el Jenga, nos quedamos pegados jugando solos hasta tarde, armando y desarmando esa torre de 54 piezas, ganaba ella, ganaba yo, en medio conversábamos de lo frágil que se ve todo a veces, como esta torre ves?, me dijo, tal como la armamos basta que uno saque una pequeña pieza y se desarma entera, o por el contrario, continuó, si sacas una de las piezas como que se fortalece, entonces la pones más arriba y la torre queda más alta y se ve mejor. Eso me gusta más,- le dije – tiene más que ver con lo nuestro…
La conclusión fue grata, así a sido en nosotros, a pesar de haber quitado palitos de nuestra torre en ves de caerse se ha fortalecido, y hemos usado los trances como enseñanzas, es decir, hemos vuelto a poner las piezas pero arriba.
Brindamos por ello y dejamos que el fin del juego fuera dado por la botella de vino vacía, la noche estaba tibia, antes de irnos a dormir salimos a la terraza a escuchar el mar, luego de eso nos acostamos, el juego esa noche terminó empatado.